"4,32 millones de personas con discapacidad,
más de 8.000 asociaciones luchando por sus derechos"
Cuarto de invitados
Hugo Mujica, poeta
"La libertad se manifiesta cuando, en el medio de los demás, uno genera algo propio"
Por Esther Peñas
06/10/2011
Imágenes: Jorge Villa
Su último libro de poemas, ‘Y siempre después el viento’ (Visor), son cincuenta pequeños –por la extensión- tratados filosóficos, teológicos, vitales. No hay uno solo de ellos que no emocione, que no conmueva, que no predisponga. Con la sencillez del maestro, con la humildad del discípulo, responde, sin pontificar, sólo proponiendo.
¿Qué imprime más carácter: ser argentino, sacerdote o poeta?
Todo eso soy yo. Son diferentes perspectivas, al igual que tú eres periodista, serás novia de alguien, hija, hermana de. Lo que soy es el sedimento de cada una de esas vivencias. Según quién tenga enfrente uno se enfoca hacia una u otra, pero ninguna pesa más.
Ahora mismo, ¿hacia cuál está enfocado?
Todavía no lo sé…
¿Fe y poesía son términos amistosos, indispensables, independientes..?
Son complementarios. Me interesa el lenguaje en cuanto acto creador. Dios es creador. Y nosotros captamos que en el acto creador está el vínculo más originario que podemos tener de comprensión.
La fe ¿protege mejor de la frivolidad o de la gravedad?
La fe no protege, la fe expone, lo que ocurre es que nosotros hicimos de Dios, que es la pregunta, la respuesta. La fe es un cuestionamiento y una conciencia de depender, de estar pendiente de lo que no es uno. Por lo tanto, es más un riesgo que una comodidad.
Y si es un riesgo, ¿merece la pena?
No es cuestión de que merezca la pena o no, la fe es una experiencia que va más allá de la negociación. Dios es como el amor, le pasa a uno. Después, uno puede decir que sí o que no.
Dice el Evangelio “bienaventurados los pobres de espíritu” y podría contestar el verso de Hugo Mujica “porque todo cabe en las manos vacías”. Sin embargo, el hombre moderno acumula, se llena las manos de cosas, no permite o no sabe restar, prescindir, abandonar…
No sé si es tanto del hombre moderno… no sé de qué se podían llenar o dónde ponían el deseo otras culturas. Hoy en día, indudablemente, el eros está en la producción, ni siquiera en la pareja; el amor más inmediato está en función de lo laboral, como el eros medieval estaba en Dios o en el conocer. Nosotros estamos aprisionados y vinculados a la conciencia de la producción y vivimos en un mundo en el que no se espeja más que a nosotros, lo que dificulta esa voluntad de depender, y dificulta la conciencia de un recibir la vida.
Si sabemos el camino correcto, lo que nos puede hacer felices, ¿por qué nos empecinamos en la senda errónea?
No creo que las cosas estén siempre tan claras. La vida es penumbra y el error también lleva hacia el final del camino. Además, es inevitable la errancia. Por lo demás, sólo puedo decirte aquello de San Agustín: “Padre, hazme santo pero no todavía”. Sería lindo que hubiera un camino que nos llevara a nuestro fin, sin errores, sería lindo, pero no sería libre.
"Sería lindo que hubiera un camino que nos llevara a nuestro fin, sin errores, sería lindo, pero no sería libre".
Recientemente participó en Madrid en un seminario sobre el silencio. ¿Nuestra escarpada relación con él se debe a que lo consideramos como medio y no un fin en sí mismo?
Dos cosas: una, que se confunde mucho el silencio con el reprimir el habla, y el silencio es otra cosa, es un lenguaje, una expresión. Si no se llega al silencio no se sabe qué contiene el silencio. El silencio no es una carencia, es un don. Tiene un algo, y ese algo no es representable desde el lenguaje pero sí vivible desde el silencio. Dos: para llegar al silencio tenés que pasar por un retiro. Sin lenguaje, uno se encuentra con su propia alienación; después eventualmente llega un verdadero silencio. Como la serenidad, el silencio es una experiencia muy exigente, y culturalmente estamos destinados a la producción, a hacer cosas cuyo resultado sea inmediato. Por eso, el silencio es un camino contracorriente. Pero el hecho es que la experiencia del silencio es habla.
Sus poemas hablan del silencio como dejarnos transformar por lo de afuera, en vez del clásico silencio interpretado como un mirarse hacia dentro…
Hay que eliminar la distinción que acabas de hacer, adentro y afuera. Una experiencia profunda es saberse parte de un todo donde no quepa ese adentro y ese afuera. Hay que experimentar la comunión de ambos.
Hablar de comunión, de sentirse parte de un todo en una sociedad que aviva el individualismo se hace extraño…
Vivimos en una cultura que nos pide todo y no nos da nada; eso, a la vez, es una gracia, porque nos facilita descartar lo innecesario y, con ese panorama, es más fácil darse cuenta de por dónde va la cosa cuando el afuera no te contiene. Hay que forjar nuestra propia vida y la sociedad que nos ha tocado vivir es un revulsivo buenísimo para despertarnos, al igual que sin enfermedad no nos enteraríamos de que vamos a morir.
“En las sombras de su propia luz/ se oculta el dios invisible”. ¿Por qué es necesaria la oscuridad para que la luz se manifieste?
La sombra y la luz son dos momentos de lo mismo, la sombra, si quieres, es el silencio de la luz. La sombra pertenece al recogimiento, a la serenidad; para mí la noche es más fecunda que el día.
¿Usted conoce esa noche oscura del alma de la que hablan los místicos?
Me gustaría no contestar a eso…
En su poesía encontramos una constante reivindicación de la nobleza en tanto cualidad de desnudarnos de nuestras apariencias. ¿Cabe el pudor en esa desnudez?
Todo lo mirado es afectado por la mirada. El pudor es la conciencia de validez de determinada cosa que no queremos que sea usurpada por una mirada curiosa. El pudor es la conciencia de lo valioso. Y lo valioso no se pone en el centro de la plaza. La desnudez es la meta. Estuve siete años en un monasterio trapense, en silencio absoluto; a través del silencio no tenés el discurso para manipular o manejar la realidad, para seducir. Por otro lado, a través de la obediencia no tenés proyecto propio, no te diriges tú, no tienes sensación de poseerte. Eso, que dicho así puede incomodar, es un regalo.
¿Qué fue lo más complicado de esos siete años monacales?
Me impresionaba que no hubiera espejos. Es un modo de sacarte todas las identificaciones que vamos almacenando hasta que no quedás más que vos. A eso hay que llegar, a la vida por la vida y no la vida para. Una obra de arte no es para nada, se hace porque uno tiene la necesidad de hacerla. Es lo que decía el maestro Eckhart cuando le preguntaban que cuáles son las cosas de Dios: son las que son. Ni para qué ni por qué. El puro existir. Dios.
Desnudez implica fragilidad. ¿Eso nos hace débiles?
Sí, es una debilidad, pero es que somos débiles, el hombre es debilísimo; posiblemente si no hubiera inventado la cultura no hubiera sobrevivido. La farsa es manifestarnos fuertes. Sólo mostrándonos débiles el otro puede mostrarse a nosotros; el poder separa, la debilidad reúne. Dios nos hizo necesitados para que nos necesitemos, no como fallo sino como comunión.
“No hay otro lado,/ saberlo es el otro lado”. ¿Por qué cuesta tanto aceptar al otro, reconocernos en el otro, no pensar al otro desde nosotros, con nuestros parámetros?
Como humanos, nos tenemos miedo. Después lo vencemos, lo acallamos, lo reducimos, pero lo básico es tenernos miedo. Todos queremos jugar al poder, y eso implica que el otro puede vencerte, viendo la derrota no como un aprendizaje, sino como una humillación.
Antes creía usted que el mayor don que poseía el hombre era la paz; ahora, sin embargo, considera que es la gratitud. ¿Cuál sería el gran problema moral del hombre de hoy?
Yo nunca juzgo moralmente, pienso, trato de comprender al otro, de entender por qué ha hecho lo que hizo o por qué actúa así. ¿Qué sabe uno del otro? ¿Qué sabe? Nada. Entonces, ¿cómo vamos a juzgar a alguien del que apenas sabemos nada?
¿Y Dios? ¿Nos juzgará Él?
Me gustaría ser algo de Dios. Que me piense, siquiera un instante chiquito, me justifica. Es lo único que puedo decirte.
"Me gustaría ser algo de Dios. Que me piense, siquiera un instante chiquito, me justifica. Es lo único que puedo decirte".
Europa le ha vuelto la espalda a Dios. ¿Qué lugar ocupa lo sagrado hoy en día?
Yo no sé si está volviendo la espalda a lo sagrado, a Dios, o a una tradición que hace unos años tenemos la experiencia de que ya no está haciendo presente lo que trata de transmitir, porque el mensaje no se corresponde con la actuación. En el Concilio Vaticano II se asumió que la mitad de lo símbolos no tenían nada detrás, de que la autoridad estaba autorizada como autoridad, no como valor. En todo caso, Europa da la espalda a un sistema acabado; podemos perpetuarlo o hacerlo durar más, pero ese sistema necesita volver al núcleo cristiano.
¿Cuál es ese núcleo?
Que la muerte fue vencida. Punto. Después vino una institución, un entramado de poder, un montón de cosas buenas y de cosas malas. De esa institución queda la luz de una estrella muerta. La gente necesita volverse hacia la esencia. Hay que ser ciego para no darse cuenta de que nuestro discurso es del Medioevo, no un discurso de la modernidad. Durante la última elección del Papa, podía haber pensado: el mundo es un caos, pero Cristo caminó sobre ese caos, sobre el mar, mostremos al mundo con qué se puede caminar. Pero no, se decidió volver al Arca de Noé para juzgar desde allí. Nosotros dejamos de atraer al mundo. Hace 70 años todo Occidente era Iglesia. La situación de hoy se debe a que la Iglesia se separó de su pueblo. No hay que buscar explicaciones ajenas. Al igual que los divorcios se producen dentro de familias constituidas, la Iglesia dejó de preocuparse por sus miembros.
Incluso existe un desfase entre la jerarquía eclesiástica y los sacerdotes y laicos digamos de base, más apegados, más conscientes…
Eso sigue siendo reconocido y apreciado por la gente, la gente respeta eso, muchísimo. Pero es obvio que cuando hablamos de la Iglesia hay un símbolo que es el del poder ante lo cual la gente juzga.
Habla usted de que nos manejamos con perfiles en vez de adentrarnos en los rostros. Parafraseando a Unamuno, ¿uno ama lo que conoce, o conoce arrastrado por el amor?
Uno primero ama lo que conoce, y el misterio último del amor es terminar sabiendo que uno no sabe nada de ese al que ama. Eso es el amor, haber logrado que el otro sea tan único que resulte incomparable y, por lo tanto, un extraño. El amor separa, en el sentido de que el amor escoge a uno de entre muchos, y lo hace tan único que uno no sabe quién es.
Y llegar a esa conclusión, ¿no causa estupor?
Ciertamente, pero el estupor no es, en sí mismo, malo. El primer paso del enamoramiento es convencer al otro de que somos iguales, así que te tragas películas horribles y haces cosas que no te apetecen, etc. Lo hermoso es cuando el otro comienza a ser el misterio del otro, y uno se da cuenta de que el amor es acompañar el salto a lo desconocido.
Mencionó antes al Maestro Eckhart. Yo le propongo un adagio de otro místico alemán, Angelus Silesius: no hay virtud sin amor. ¿Qué queda si no hay amor?
Sin amor no queda nada, más allá del amor, es el nombre de eros, de la fecundidad, de la vida en última instancia, no hay nada. Todo lo que vive es porque hubo amor. Dios mismo es amor.
He leído en alguna ocasión que usted dijo que el dolor ahonda y el amor expande. ¿Por qué la densidad del dolor es mayor, al menos en apariencia, y lo dichoso parece escaparse por liviano?
Es una misma cosa, dolor y amor. Como la luz y sombra, son dos momentos de lo mismo. Dolor es pérdida de aquello con lo que me identifico y eso me deja las manos vacías. Pero las manos vacías tienen más hueco para recibir. El amor es como una fuente que surge, pero hay que abrir túnel. El dolor es la deconstrucción de la construcción que yo hice de mí mismo. A medida que eso se rompe, el amor se filtra.
¿Duele, el amor?
El amor es sacrificial, en última instancia. Sí, duele, pero con un dolor que es más placentero que la misma felicidad.
"El amor es sacrificial, en última instancia. Sí, duele, pero con un dolor que es más placentero que la misma felicidad".
Sacrificio es una palabra que podría sonar a caduco…
Sí… porque no se registra la felicidad. Se registra el horror, el dolor, la tristeza. Te pondré un ejemplo. En Buenos Aires hay un tren que es como el far west, te puede pasar de todo en él. Los domingo está lleno de gente que hace esfuerzos para llevar a sus hijos al parque, a jugar fútbol, qué sé yo, y es gente feliz, aunque esté haciendo un sacrificio. Pero eso no se registra. Nadie registra el amor. Por eso sospecho de la historia oficial que dice que la gente no hace sacrificios. Esos hombres viajan como ganado por esos muchachos, sus hijos, para darles un día siquiera a la semana de felicidad. La vida, como la representación de la Iglesia, no es lo que parece que está pasando; lo que no aparece es lo que se salva. La cotidianidad está llena de sacrificio.
Hombre y mujer, ¿son complementarios?
Complementarios en la diferencia. La riqueza es la diferencia. Por eso siempre prefiero la diferencia a un acuerdo educado. Que cada uno sostengamos lo diferente.
Argentina acaba de aprobarse el matrimonio homosexual. ¿Qué le parece?
Tres cosas. Uno, tienen toda la libertad del mundo. La Iglesia ha estado en contra de una manera radical, y se equivoca. Me parece bien que se le exija al católico que no se divorcie, pero no puede prohibir que quienes no están en el Iglesia se divorcien. Dos: ¿Puede, la Iglesia, prohibir un camino hacia el amor, acercarse a la persona que ama, aunque sea de su mismo sexo? Tres: me desilusiona que se quieran casar. Pelean por la libertad y ¿qué es la libertad para ellos? Entrar en el Ejército y casarse, las dos instituciones más angostantes que a uno le vienen a la cabeza. Pensé que la revolución de la mujer y de los homosexuales aportaría creatividad, pero repiten las pautas del poder establecido.
Que dos mujeres puedan casarse ¿no es novedoso?
Es más de lo mismo. Hay un problema de falta de creatividad de las minorías: podían crear nuevas situaciones, pero repiten cánones. ¿Por qué no organizan otras formas de familias? Por ejemplo, tengo una amiga soltera que adoptó un niño y nos propuso, a un grupo de amigos íntimo y reducido, que nos comprometiéramos con la educación de ese niño. ¿Esa familia es menos familia que una tradicional? Tengo la sensación de que se están organizando otros mundos y eso me alegra muchísimo porque nadie dijo que las instituciones fueran para siempre. Perdón, sí se dijo, pero se equivocó.
Será el vértigo del cambio...
¡Pero si el cambio es maravilloso! A mí me sigue asombrando cuando oigo que tal pareja se separó porque uno de ellos cambió. El cambio es libertad y la libertad, como la elección, produce vértigo. Pero es un vértigo bendito. La indecencia es la seguridad hacia todo. ¡Hasta tenemos seguros de vida! ¿Qué irónico, no? Es como si quisiéramos tomar las mínimas decisiones posibles para después no tomar otras más comprometidas. Cambiar produce angustia, en el sentido de sensación de que en algo en lo que ya no quepo y de que la vida me pide más. El cambio es dar ese paso hacia lo inseguro.
"El cambio es libertad y la libertad, como la elección, produce vértigo. Pero es un vértigo bendito. La indecencia es la seguridad hacia todo".
¿Se siente libre dentro de la Iglesia? Porque el suyo no es el discurso oficial, y la Iglesia no mira con buenos ojos a quienes, como Küng, dice cosas poco ortodoxas…
Soy un caso particular. Me ordené ya de grande, venía de un retiro de siete años de vida monástica, había pertenecido al mundo del hinduismo. Cuando me ordené entré convencido, y convencido sigo, aunque tengo una vida muy singular. Dicho esto te diré que sí, me siento respetado por la Iglesia porque la Iglesia entiende que lo que digo no lo digo por ser transgresor, así, en plan loquito, sino que soy respetado intelectualmente. La libertad, por otro lado, no existe, es un acto que uno hace. En la malla de lo real, uno abre un espacio nuevo. Eso es la libertad. La gente dice que en la Iglesia no hay libertad pero cuando uno la inaugura es aceptada. Está la comodidad de pensar que la libertad es algo que nos dan los demás, pero es erróneo. La libertad se manifiesta cuando, en el medio de los demás, uno genera algo propio.
¿Teme la muerte?
En Argentina parece que ya no muere nadie: los velorios tienen horarios, los cementerios se llaman ‘Green garden’ o ‘Jardines de paz’ y uno tiene la sensación de estar en canchas de golf. Hace cincuenta años no se hablaba de sexo. Ahora le quitamos el paño al sexo, lo destapamos y, como no sabíamos qué hacer con el paño, lo colocamos encima de la muerte. Es curioso…
Uno puede practicar o no sexo, pero lo que no puede evitar es morirse…
Bueno, tampoco es que uno pueda o no practicar sexo, uno puede reprimirlo, que es diferente, y nuestra cultura, que nació del optimismo y la arrogancia, la modernidad, es un avance constante hacia el progreso, y la muerte, en el progreso, es un defecto. Por mucho que progreses el fin es el mismo. Si uno realmente toma conciencia de que va a morir, ¿se entregaría a esta vida que hemos creado? No, por eso nos hacen creer que la suma total de todo lo que compre le dará a uno la inmortalidad. O al menos, una clínica maravillosa. Es parte del juego.
Una última cuestión: ¿Qué le fascinó del cristianismo hasta el punto de ordenarse?
Vengo de una familia anarquista, así que el cristianismo fue tardío para mí. Del cristiano me enamoró el hecho de que la existencia no se desprecia en nombre de la esencia, como en Oriente. La existencia fue pisada por Dios y por tanto el misterio cristiano es ése, que en la vida, en esta vida, está dios. Incluso en algo donde nunca antes hubo un dios, en el dolor, ahora está Cristo, que nos recuerda que hasta en el dolor hay un sentido.